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Por Joanfry,
escrito en el foro APM
3/julio/2008

(…) Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos
y a todo ganado del campo (…)
Génesis 2:20

En un número pasado de Pedalier, con motivo de la Quebrantahuesos, se recordaba ese dicho ciclista colombiano que afirma que un puerto de montaña no es tal si no lo corona un escarabajo, como se llama a los escaladores colombianos, en primer lugar. Pero… ¿un puerto de montaña es tal si no tiene un cartel que le reconozca? Seguro que sí; pero esa, digamos, formalidad despierta sensaciones muy profundas en todos.

Contextualicemos. Todos conocemos subidas que, por diferentes motivos, tienen su nombre El Medianocicloturista pero no uno oficial. Es decir, que el organismo estatal o autonómico pertinente que controla el tema de las carreteras no ha decidido colocar un cartel en su cima que descubra al foráneo dónde y a qué altura está, aunque los ciclistas de su zona de influencia le llaman por su nombre, conocen su altura y tienen tatuadas en los gemelos sus pendientes.

¡Ah, del encanto de los carteles! El cicloturista no lo puede evitar. Si corona un puerto, hay que dejar constancia gráfica. Incluso sin coronarlo. En la cima del Tourmalet, uno de los carteles más fotografiados de la historia de la bicicleta, algún que otro aficionado al ciclismo salva sus pendientes en el interior de un cómodo vehículo para, en la cima, bajarse y fotografiarse con bicicleta, casco, culotte y maillot.

Allá cada cual con su conciencia. Pero seguro que todos los que andáis leyendo estas líneas, seguro, recordáis esa satisfacción que sale de lo mas profundo del ego cuando te acercas, con un pedalear cansino y fatigado, al cartel anunciador de un puerto de montaña. Todo cobra un sentido, todo ese esfuerzo vale para algo, aunque sólo sea para llegar hasta ese punto. ¿Sólo?

Da igual que éste te anuncie que andas a casi tres mil metros de altura sobre el nivel del mar o que estés en un puerto de 150 metros. Todo cartel, símbolo de la superación de adversidades, tiene su encanto. Y por eso, porque ese momento mágico te une más a tu máquina y saca el mejor y más valeroso ciclista que llevas dentro, hay que agradecer a aficionados anónimos, cicloturistas filantrópicos, que se tomen las molestias de concebir, construir y levantar carteles para subidas huérfanas de ellos.

Porque no son una leyenda urbana; existen, aunque no se sepa muy bien quién o quiénes son. Igual que los bosques tienen sus hadas o sus faunos, igual que los castillos tienen sus fantasmas o sus hechizos, las carreteras de montaña tienen sus duendecillos: los hacedores de puertos, los culpables de dignificar un poquito más una subida, la que sea, para el mundo del cicloturismo.

Abantos

Ellos son, y lo saben, creadores de momentos de fantasía. Enigmáticos, desconocidos y brillantes al mismo tiempo, no pocos ciclistas se arremolinan en torno a sus obras para rendir pleitesía a la plasmación escrita de la toponimia del lugar.

Pongamos un ejemplo. Abantos, el mítico Abantos, el que comparten Castilla y León y Madrid, era un puerto canalla, discreto, modesto… sin cartel que lo dignificase. Pero el hacedor de puertos le dotó de uno. Y ahora el cicloturista, muchos pueden dar fe de ello, se encuentra con el cartel de Abantos y su descripción completa. Hasta Perico Delgado, en uno de los reportajes que grabó para las retransmisiones de esta Vuelta a España, posó con la obra del hacedor.

Y como en Abantos, otros muchas subidas han encontrado reconocimiento gracias al enigmático hacedor. El Monte Ardal de Albacete, El Mediano de Ávila, La Quesera en Segovia, la Laguna Negra de Urbión en Soria… Todos, en algún momento, han recibido los dones del hacedor de puertos y toda su comitiva. Y han dejado de ser ignorados por la toponimía.

La sinrazón humana, sin embargo, también ataca al noble arte de la cartelería. Algunos nombres, no todos, han desaparecido por cometer el pecado de ser demasiado llamativos, por ser muestra de un trabajo bien hecho y pasional, por simbolizar el sentimiento de toda la comunidad ciclista. El hacedor de cartelesEs el sino de la vida, la metáfora de una dura etapa de montaña en el ciclismo: muchos quedan por el camino antes del final definitivo.

Pero el resto ahí está. Y que sean testigos de temporales; que sufran aguas, nieves y vientos; que vean a muchos ciclistas acudir a su seno… y que, tal y como es el deseo no escrito del hacedor de puertos, que envejezcan en la montañas. Como una parte más de ella.

Gracias, hacedor.

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